Pagá con
Los pasillos del hospital nunca se encuentran vacíos. Están llenos de recuerdos, de esperanza, de alegrías, de penas, de incertidumbre y a veces de dolor. Los pasillos del área de maternidad cargan con mucho más. La emoción de haber llegado a ese día tan esperado se siente en cada habitación. Pero… ¿Qué pasa cuando las cosas no son como imaginamos?
No siempre llegamos a un lugar que nos recibe con amor. A veces venimos vulnerables, a entregarnos a una sucesión de tratos que nos van a marcar para toda la vida.
Entrar a la guardia por tercera vez y que te reten porque ya fuiste mucho, o que te griten por no haber llegado antes. Es que ¿cómo una va a saber? ¿Cómo pueden ellas -en la primera vez que viven esa experiencia, llenas de miedos, de dudas, de incertidumbre- saber cuándo es el momento ideal? Las acuestan, las tocan, las tactan. Muchas de ellas ni siquiera son miradas a los ojos. Por sus nombres no van a ser llamadas si total… para qué aprenderlo si es un nombre más entre tantos que entran y salen por esa puerta.
Llega la hora. A la paciente de turno la tienen que internar.
“Que no te quejes de las contracciones”, “no duele, sos una exagerada”, “tenés que entrar sola, no podés tener un acompañante hasta que nazca el bebé. Ahí si, en horario de visitas”.
Tacto va, tacto viene. Se pone goteo y las contracciones van de cero a cien. Rompen bolsa… tiene que ser rápido, necesitamos liberar esa cama. A ella nadie le preguntó si quería ir rápido. A ella no le explicaron ni le avisaron sobre lo que iban a hacer. Se calla. No puede concentrarse en nada más que en ella misma y su bebé.
Ceden las contracciones. Es que este ambiente estresa mucho. Todos miran. Mucha gente entra y sale, muchos la evalúan, muchos le dicen cosas diferentes, muchos le generan miedo. Se aumenta el goteo. Tal vez más oxitocina es lo que necesita.
El dolor es casi insoportable. Acostada, sin tener permiso para siquiera pararse. Siendo controlada de manera constante para asegurarse de que no rompa las reglas. Sin comer ni tomar nada desde que entró, hace más de 6 horas. Es que es su primera vez. El parto va lento, y más aun con todo esto que nadie le explicó, sola… todo esto la aterra.
Es el momento. Su bebé va a nacer, tiene que nacer, y tiene que nacer YA. La llevan en silla de ruedas a sala de partos. La acuestan, le atan sus piernas en posición ginecológica, a la altura perfecta para que el médico de turno pueda hacer las maniobras. Pide un acompañante, no le dejan. Pide sentarse un poco más, no le dejan. Se retuerce del dolor con cada contracción, la retan por no quedarse quieta. Puja, le dicen que lo hace mal. Respira, le dicen que lo hace mal. Larga un grito por el agudo dolor. “Cerrá la boca”, recibe como respuesta.
El bebé está tardando. Quienes lo reciben ya están con poca paciencia, quedan otros bebés por nacer. En el medio del caos y medio obnubilada, siente una voz imperativa y posteriormente unos brazos fuertes haciendo presión sobre su abdomen. Empujan a su bebé desde el fondo del útero. Le falta el aire, le dicen que aguante.
Siente un pinchazo en la vulva. Le pusieron anestesia, qué alivio. Le hubiese gustado que le avisen, pero en ese momento no importa. Sigue pujando.
Siente el ardor más fuerte de su vida. Un último pujo… y nació. Es un varón, muy sano dicen. Nació llorando. Lo ponen en su pecho y cortan el cordón. Instantáneamente se lo llevan para revisarlo. Puede verlo a través de un vidrio. ¡Menos mal! Peor hubiese sido no ver nada.
Sale la placenta. Se relaja por un momento, hasta que siente un dolor intenso en la vulva.
-”Te estamos suturando, aguantá. Ya no te voy a poner más anestesia”.
Se mueve. Es que duele demasiado. La retan reiteradas veces. Pide a su bebé. Se lo niegan. Es que primero hay que suturar, el bebé está bien en la incubadora que está en el pasillo. Ella lo oye llorar a su niño a lo lejos. Ya falta poco, piensa.
Siente ardor. Las piernas tiemblan, pero no importa. Pronto estará con su bebé.
Sale de sala de parto con su hijo en brazos, feliz de tenerlo, pero con parte del alma desgarrada.
¡Cuánto hay en los pasillos de una maternidad!. Alegría y dolor, paz y caos, nacimientos felices y otros que dan como resultado una diada que comparte la mayor pena de su vida, por caer en manos de quienes quieren imponer y despojar a la mujer de su fisiología y sus derechos.
Ojalá pudiera decir que esta historia fue inventada. Pero es una de las miles que se escriben diariamente por las manos de la violencia obstétrica en los hospitales argentinos.
¡Que los pasillos de los hospitales se llenen de empatía, calidez y contención! Es mi utópico deseo en este sistema eterno, trunco de amor.
Dra. Paula Esquenazi