Pagá con
Las rutinas del día a día y las familias divididas en pequeños núcleos de crianza hicieron que la idea de tribu parezca cada vez más lejana. En un mundo donde la independencia y la autosuficiencia son mencionadas como virtudes, la maternidad suele vivirse en soledad. Pero la verdad es que nunca antes nos criamos así. Siempre hubo una red de apoyo, un grupo de personas que acompañaban el proceso de maternar. Entonces, ¿por qué hoy nos encontramos tan solas? Y más importante aún: ¿cómo podemos recuperar ese sentido de tribu que tanto necesitamos?
Hoy, muchas mujeres atraviesan el embarazo y la crianza en soledad. La familia ya no siempre está cerca, los amigos tienen sus propias rutinas, y las distancias nos separan más de lo que nos gustaría. Aunque la tecnología nos permite estar en contacto, nada reemplaza el abrazo, la presencia, la ayuda concreta. Y esa falta de contacto real pesa. Nos sentimos cansadas, abrumadas, cuestionando si estamos haciendo las cosas bien.
Pero el problema no es la maternidad en sí misma, sino cómo la vivimos. La crianza nunca fue pensada para ser un camino solitario. Criar en tribu no es un capricho ni un lujo, es una necesidad. Necesitamos manos que sostengan, voces que nos escuchen, experiencias que nos guíen.
Siempre hemos criado en comunidad. En muchas culturas, el cuidado de los bebés es compartido entre abuelas, tías, vecinas y otras madres. No solo porque alivia la carga, sino porque nos da seguridad, confianza, aprendizaje. Pero en la actualidad, esta red de apoyo se ha ido fragmentando. Nos hicieron creer que ser una “madre fuerte” es hacer todo sola, cuando en realidad, la verdadera fortaleza está en pedir ayuda, en rodearnos de personas que nos sostengan.
Cuando estamos agotadas y sin apoyo, es más difícil conectar con nuestro bebé desde un lugar de calma. La tribu no solo nos alivia, también nos permite ser mejores madres. Criar con otras, compartir experiencias y sentirnos acompañadas nos cambia la manera en que transitamos la maternidad.
La buena noticia es que la tribu sigue existiendo. Solo hay que volver a tejerla. Podemos empezar con pequeños gestos: pedir ayuda sin culpa, armar grupos de madres, buscar espacios de encuentro, acercarnos a quienes nos rodean. La tribu no tiene que ser perfecta ni tradicional, puede estar formada por amigas, vecinas, compañeras de trabajo, incluso comunidades virtuales.
Lo importante es entender que no estamos solas. Que la maternidad compartida no solo nos alivia a nosotras, sino que también les da a nuestros hijos un entorno más rico en vínculos. Criar en tribu es más que un acto de amor. Es recuperar lo que nos arrebataron, es apostar por una maternidad más real, más humana, más acompañada.
Porque al final del día, ninguna madre debería sentirse sola en su camino.